El final del anárquico viernes en el consultorio, como si un huracán hubiera pasado por el consultorio y dejado a todo mundo muy aturdido por los acontecimientos. Fue uno de los días que quisieras olvidar rápidamente, como cuando tienes un percance de tránsito, aunque no lo logres. De todos modos, el susto queda. Ese día, fuerzas del orden mimetizados, esposaron al abuelo de la paciente Giovanna, niña de 11 años y asistente habitual desde hace 3 años.
Dos días antes mi secretaria me informa que tengo una llamada personal.
_ Dra. Bertha? Llamamos de la Procuraduría del menor. ¿Tiene usted una paciente llamada Giovanna de tal?
– Sí, dígame.
– Necesitamos que nos ayude en una diligencia muy delicada, ya que ese día pretendemos aprehender a su abuelo, que hemos estado tratando de localizar, para interrogarlo.
De momento no logro entender mucho la situación. Solo capto palabras como denuncia, maestra, abuso. El oficial se desespera y casi casi me da órdenes de lo que debemos hacer en el consultorio.
Claramente siento como un hielo recorre mis venas.
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Con cada palabra que se va llevando la llamada, un torbellino invade mi mente dejándola en blanco. Cada vez me voy sintiendo más angustiada y menos entiendo.
Y en medio de gritos y llantos de la mamá de Giovanna, palabras inaudibles del abuelo y la media sonrisa de dientes chuecos de la niña se termina el viernes el trabajo sin atender a los demás pacientes, que para eso lo son.
